En las excursiones en las que vamos a visitar el norte de Navarra, Valle del Baztán, Zugarramurdi, Selva de Irati, etc… paseamos por lugares donde años atrás eran transitados en el silencio y la oscuridad de la noche por contrabandistas.
En 1839 se suprimieron las aduanas que separaban Navarra de Aragón y Castilla, las llamadas aduanas del Ebro, y se instalaron en los Pirineos en la frontera con Francia. El contrabando en Navarra no se resolvió sin embargo con el traslado de las aduanas del Ebro al Pirineo, sino que, muy al contrario, los años inmediatamente siguientes a la primera guerra carlista (1833-1839), cuando esa remoción tuvo lugar, se caracterizaron por una verdadera explosión de este tipo de criminalidad. El hecho -que adquirió una importancia grande en la Navarra de la época, por su envergadura- pone desde luego un interrogante a la veracidad de la argumentación que las autoridades centrales habían aducido para llevar a cabo ese cambio. En 1843, en la primera estadística sobre la delincuencia nacional que se publicaría en España, Navarra aparecía como la provincia donde más delitos de contrabando tenían lugar: uno para cada 2.069 habitantes. Le seguía relativamente de cerca La Coruña (con uno por cada 2.465).
A los valles del norte de Navarra la llegada del contrabando supondría el surgimiento de un nuevo oficio, el gau lana o trabajo de noche aportaría una ayuda económica que ayudaría a sobrellevar en mejores condiciones la dura y austera vida en el caserío.
Cualquiera no valía para este «oficio», estar en buena forma física, conocer perfectamente el terreno y tener la valentía suficiente para arriesgar hasta incluso la vida, eran condiciones imprescindibles. Por el día, pastoreaban sus ovejas como unos habitantes más en la zona. Por la noche, al abrigo de la oscuridad, recorrían en silencio los montes navarros convertidos en contrabandistas.
Además de los encargados de pasar a escondidas por la frontera, también se necesitaba la colaboración de los que «no veían ni oían nada», de los que informaban de la situación de los guardias o los distraían como cuando pasaban legalmente un pequeño número de cabezas de ganado, haciendo mucho ruido. Mientras la Guardia Civil comprobaba que se estaban pasando de forma legítima, los contrabandistas conseguían entrar por otras zonas, grandes cantidades de animales ilegalmente. O los mismos guardias cuando recibían su pago para estar vigilando las zonas por donde habían acordado que no iban a pasar.
Los productos que se pasaban por la frontera eran de todo tipo imaginable, el cobre fue de los artículos estrella pero fue tras el fin de la Guerra Civil, cuando el estraperlo alcanzó su momento álgido y comenzó a basarse en artículos de primera necesidad como pan, azúcar, ropa, bebida, encajes, puntillas, café… “Aunque en estos casos se tenía muy en cuenta el viento, puesto que el café huele mucho, podía arrastrar el aroma y delatarlos”.
Más tarde comenzó el contrabando de personas y ganado, que se dejaban en la zona de Baztan para que pasaran la frontera. Eran grupos de pocas personas, principalmente niños, mujeres, ancianos, republicanos, judíos, portugueses… que vivían situaciones dramáticas. La Selva de Irati durante la Segunda Guerra Mundial fue un punto habitual por donde actuó la Red Cométe, una ruta de asistencia por la que se pasaba a pilotos y oficiales aliados para que escaparan del territorio ocupado, con independencia del bando.