Visitar Olite es viajar a la Edad Media Navarra, mientras que recorrer el Castillo–Palacio de Olite es adentrarse en uno de los edificios más lujosos de su época.
Los reyes de Navarra ya tenían palacios disponibles en Pamplona, Olite, Estella, Tudela o Sangüesa, pero con la llegada al trono de Navarra de Carlos III el Noble (quien reinó desde 1387 hasta 1425), las exigencias para con sus lugares de residencia subirían varios peldaños.
Castillo-Palacio de Olite
Entre otras obras inició la reconstrucción de la Catedral Gótica de Pamplona, amplió y mejoró el Palacio de Tudela y fue erigiendo un palacio nuevo en Olite al lado del palacio viejo que como los electrodomésticos de hoy en día, había quedado obsoleto.
No se quedó conforme con el precioso palacio que le construyeron y mandó hacer otro palacio a solo cuatro kilómetros en la localidad de Tafalla, que competiría con el de Olite en hermosura y grandeza. No tuvo tanta suerte aquel Palacio de Tafalla, ya que a día de hoy solo nos ha quedado un trono de piedra como recuerdo.
Como veis, Carlos III el noble no escatimaba en gastos, a diferencia de su padre, quien estuvo enfrascado en múltiples batallas, el noble Carlos no gastó nada en campañas militares ya que tenía un don para solucionar los conflictos por medio de la diplomacia y los matrimonios, teniendo buenas relaciones con todos los monarcas. Así que dedicaba todo su dinero para satisfacer sus aficiones, la caza, la música, viajar por las diferentes cortes europeas visitando familiares, comprar todo lo que se le antojaba, celebrar fiestas y banquetes y como ya hemos visto, ordenar la construcción de lujosos palacios.
El monarca no daba a basto económicamente para mantener su estilo de vida, siendo habitual que recurriera a prestamistas.
Compraba en París pieles, cinturones, guantes, bolsos, bordados, piezas de orfebrería, diamantes, perlas e incluso aves de caza. El rey también vestía a su corte (y eran muchos!), el monarca iba entregando a los hombres y mujeres de su entorno las telas blancas de Navidad, las negras de la Pasión, las verdes del mes de mayo, las de púrpura para Pentecostés. La moda era exigente y variaba más que el tiempo, así que daban trabajo permanente a costureros y costureras (con frecuencia judíos) de Pamplona. Se usaban pieles de ardillas ordinarias, ardillas de Alemania, de marta, armiños etc.
La animación de la corte jamás había de decaer, el rey organizaba continuamente tanto festejos para su gente como para los príncipes que le visitaban. Corridas de toros, conciertos, torneos de caballería y banquetes eran habituales.
Los bautizos de los infantes reales o los matrimonios principescos eran grandes celebraciones donde el rey repartía dagas de orfebrería, pieles, sacos de monedas, vestidos a la dama o al señor que quería honrar y sueldos al criado de escudería.
Para impresionar aún más a sus invitados el rey tenía su propio zoo donde además de animales de caza y aves exóticas llegó a tener búfalos, jirafas, leones, camellos y lobos. Imaginar lo que debía impresionar ver aquellos animales en una época en que todavía no existían los documentales de la 2.
Desgraciadamente, el palacio fue incendiado en la guerra de la independencia contra los franceses, por lo que no queda nada de la decoración interior, pero nos queda el testimonio de un viajero alemán que lo visitó en el siglo XV.
……»seguro estoy que no hay rey que tenga palacio ni castillo más hermoso, de tantas habitaciones doradas….Vilo yo entonces bien; no se podría decir ni aún se podría siquiera imaginar cuan magnífico y suntuoso es dicho palacio»