Reunir animales era costumbre en las cortes europeas de la época y el rey de Navarra, Carlos III el Noble, no iba a ser menos que sus colegas europeos e iba a llegar más lejos. No se iba a conformar con criar perros, lebreles, azores y halcones necesarios para la caza, tampoco con tener gamos, cisnes y multitud de pájaros y ardillas, sino que albergó animales exóticos como una avestruz, un camello y leones.
Su nieto, el Príncipe de Viana, tan amante de los lujos y la buena vida como su abuelo, no se iba a quedar atrás, e incorporó lobos, jabalíes, un papagayo, una jirafa y varios búfalos.
Este divertimento era exclusivo para los moradores del palacio y para impresionar a sus amigotes, es decir, las visitas por parte de las noblezas europeas. No había taquilla ni horario de visita para poder visitarlo por el pueblo llano, aunque igual había rincones desde donde se podía ver aunque sea la cabeza de la jirafa. Y además, como se suele decir ahora, creaba puestos de trabajo…